jueves, 5 de enero de 2017

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Me gusta... estar viva, pensar, dormir, comer, tener frío, amar; la gente cuando anda, corre, habla, trabaja, compra, ama, discute, vende, manipula; los políticos que mienten con gracia y con mucha cara, apoyándose en estadísticas; el campo, andar y andar, cansarme y no notar el cansancio; el agua, beberla, mojarme de lluvia, de agua de río, bucear y ver los rayos de sol filtrarse en el agua, quedarme quieta, en silencio y notar como el agua me sube despacio entre la luz filtrada; la ternura que me inspira mi madre; la soledad de los solos; el aire fresco de septiembre, la luz de octubre, el viento de noviembre, la lluvia de abril; las muchachas bellas que no conocen la inteligencia para utilizar la belleza, los muchachos jóvenes con la cara llena de granos, perdidos en tormentas hormonales; las mujeres maduras, inteligentes y tontas, valientes y sumisas, generosas y listas, perversas y sinceras, vampíricas y liberadoras, charlatanas y silenciosas, las mujeres como espejo del mundo, como realidad vista de otro modo; la música, la literatura, las matemáticas, la arquitectura, la poesía, el cine, la pintura, la química, la Filosofía, la técnica, la tecnología, la artesanía, el arte; escuchar a Mozart gracias a la tecnología, leer a Platón gracias a la escritura, conocer la selva del Amazonas por los documentales de la televisión, en fin, que el saber humano esté a mi servicio y a expensas de mi capricho, ahora cine, ahora poemas, ahora lo que se me antoje; los ancianos, sabios y necios, sanos y enfermos, dulces y gruñones, resignados y arrogantes ante la muerte; los animales, las plantas, los minerales, las estrellas, la lluvia, la tierra; el olor de tierra mojada, todos los tipos de lluvia, torrenciales, llovizna, gota fría, sirimiri; los amigos, las tertulias nocturnas interminables, las confesiones a las tres de la madrugada en julio, la vía láctea, mi marido; ponerme cremas, hidratantes, reafirmantes, protectoras, perfumadas, calmantes, bronceadoras, medicinales; algunas miradas, la complicidad silenciosa, los guiños, los sobreentendidos, los silencios; el cine y sobre todo los primeros planos de Michelle Pfeiffer, las actuaciones de Jack Lemon y las películas de Billy Wilder; reírme a carcajadas, despacio, con media sonrisa, por fuera, por dentro, con todo el cuerpo; llorar despacio y en silencio, disfrutar del llanto, sobre todo si es triste y no es desesperado; la noche de San Juan, pero sin multitudes; Madrid y los madrileños, y los visitantes, y los turistas, y los recién llegados, y los de toda la vida; la luz del Mediterráneo y los colores pasteles de Cuenca, el azul de Valencia, los ocres de Castilla; todos y cada uno de los tonos de verde en primavera, y todas y cada una de las transformaciones del verde en otoño; el frío y el calor; tumbarme al sol y fundirme con la luz, olvidándome y esperando que me olviden; estar sola, aburrirme y pensar pensamientos y de nuevo, estar sola, aburrirme y pensar pensamientos; no hacer nada y que las horas pasen despacio junto a mí pero sin arrastrarme en su camino; las personas con corazón blanco y sal en la cara; jugar el juego de “yo sé, que tú sabes que sabemos, pero ninguno dice nada”; los carpinteros y los médicos, la fortaleza de mi madre, los puzles de mi hermano; cocinar, para mí y para los amigos, el aceite de oliva y el vinagre de vino; las revoluciones, el caos, enamorarme; el orden, la disciplina, la rutina; los pacíficos, puñeteros y listos, que con inteligencia y paciencia hacen la puñeta al poderoso. 

Me gusta perderme en la profunda serenidad de una mirada, la mirada de mi hija.

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