Esta idea surgió del blog de Gabriella Literaria en el que proponía que le contásemos la música que solemos escuchar al escibir, y que, junto a ella, le enviásemos un texto manuscrito, Así lo hice, pero a la vez, me apetecía grabar este texto que es el que me vino a la cabeza para una canción de mis doce años, y ésta es la historia. Ahora falta una fotografía.
A continuación tenéis el enlace a un audio con mi voz en la que leo el texto con música de fondo de Simon and Garfunkel. También podéis leer vosotros el texto que aparece debajo y poneros la música.
Quizá nuestro
mayor tesoro, como diría Coetzee, era que vivíamos rodeados de kilómetros y
kilómetros de silencio. Quizá, nuestra
mayor preocupación consistía en saber hasta dónde llegaríamos con la bicicleta
aquella tarde de junio. Poseíamos la certeza primordial y mineral de la tierra,
sabíamos que las montañas azules nos protegían de todo mal. El río se dejaba
acompañar con pantalones cortos y las cantimploras de plástico cumplían su
misión, verano tras verano, sin romperse ni cambiar de color. Ellos no tuvieron
nunca granos en la cara, ellas sonreían como las verdaderas
reinas de los bosques. En aquel mundo aislado por ríos, cantimploras, montañas
y sonrisas de reina, las horas perdieron su hache y el tiempo nos regaló la
eternidad del silencio, silencio que sólo permitimos romper a aquel disco de
Simon y Garfunkel. Con doce años, ellos fueron los únicos a quienes dimos
autoridad para que nos hablaran.
Muy bien, amiga. Y el audio también
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