Tienen
que pasar muchos años hasta que eres consciente de que con quince años no sabes
querer. Pero para cuando eso ocurre, te has convertido en alguien maduro y
adviertes que no volverán las caricias primeras que, por ser primeras, tienen
un sabor que todavía te estremece si cierras los ojos. Era así y siempre será.
Por
eso ella no quería vestido. Con falda y blusa era más fácil terminar la tarde
sentada con todos en las escaleras de la casa rosa, y dejar que el dedo índice
de la mano derecha de él rebuscase despacio por su espalda, debajo de la blusa,
sin que los demás se dieran cuenta. Pero todos lo sabían y todos jugaban el
juego de la mentira, porque era tan hermoso estar así, sin que pasara nada,
todos al tanto de la felicidad secreta de ellos dos.
Luego,
cuando pasó el tiempo, cuarenta años para ser exactos, ella hacía chistes sobre
los orgasmos obtenidos en la madurez.
Nada
se puede comparar con aquellas largas tardes de verano cuando, tras el paseo en
bici, nos sentábamos en aquellas escaleras y él deslizaba las yemas de los
dedos índice y corazón por la base de su cuello y le decía: Para ya, y él respondía: No puedo.
Y
cuando todos nos reíamos y nos separábamos en estampida, las caricias sin
terminar volaban por el aire, y terminaban en el casco de un motorista que
viajaba en su Derbi por aquellas carreteras hacia Madrid, quizás en busca de
una chica que también esperaba manos jóvenes.
Así
era como las caricias que nadie había hecho flotaban por el aire, volaban,
rebotaban en los pinos, subían como volutas de humo hasta alguna nube y caían
en forma de lluvia en algún lugar de la meseta o de la mar océana. Por eso, a
veces, la lluvia nos moja de diferente manera, porque cada gota tiene su
historia y hay nubes que traen recovecos de regazos adolescentes sin besar, y
eso, amigo, es un don que te da el universo para ti, porque has decidido
mojarte y no quedarte en casa. Un premio para los amantes de las gotas de
lluvia.
Motos
que corren tras promesas de primera juventud, y manillares que recogen
chasquidos de labios que no saben besar. Así es la vida. Por eso, en según qué sitios,
hay que pasear despacio por si te encuentras un beso que nadie recibió.
Antonio
terminó sus días en una residencia lejos de su familia, pero cuando yo le conocí
estaba en una habitación cercana a la de mi madre. Mientras ella moría, él
salía a pasear por el corredor, y terminaba en un banco en el rellano que se
formaba entre los dos pasillos centrales. Allí se juntaban algunos enfermos crónicos
y jugaban al dominó o a otros juegos de mesa. Pero los había como Antonio, que
no controlaban las manos y no veían bien, por lo que no jugaban y su única distracción
era estar sentados y que alguien les diera conversación.
Él
también paseaba con el tacatá; el médico le explicaba que iba mejor, los
auxiliares también, y su sobrina venía a verlo cuando podía. A mí me apretaba
la mano y me preguntaba por mi madre, yo le contestaba que no estaba bien y al interesarme
por su salud, me respondía: Aquí estoy, a
aguantar lo que venga. Al hablar de su juventud me contó que recorrió aquellas carreteras con su Derbi cuando yo tenía
trece años
Quizá
yo era feliz con la bicicleta porque recogía las ilusiones de Antonio para devolvérselas
cuarenta años después, mientras mi madre se moría y yo fumaba, ansiosa, tras los
árboles del otro pabellón. Yo daba gracias a todos los dioses por estar bajo
la sombra de aquellos pinos.
Entré en el cuarto de mi madre. Supe que ya
llegaba el final y me quedé allí. Como si de una nube pequeña se tratara, contemplé
el alma de mi madre que salió por la ventana. Llamé a la enfermera.
De
regreso a la habitación estreché la mano de Antonio y él lo supo. Le di un beso
en la frente y, antes de darme cuenta de lo que pasaba, un señor con corbata y
traje se puso a hablar conmigo. El resto ya lo conoce todo el mundo. Un trabajo
como otro cualquiera.
Yo
sigo sin colocar cada recuerdo en su sitio, porque me parece que todo se mezcla:
lo de ahora y lo de antes, lo que está en mi memoria y lo que de verdad pasó;
lo que yo recreo, lo que invento, lo que leo y lo que escribo. No distingo, porque ahora
todo está bien.
Es
como mecerse en una hamaca una tarde cualquiera de primavera. Así, medio soñolienta,
mientras mi madre se muere en junio, la Derbi atraviesa montes y los besos
vuelan desde el pasado.
Una
dulce ensoñación de recuerdos entremezclados.
Este escrito es posible gracias a la ayuda de Jesús Alfredo Díaz García. Ha tenido la amabilidad y la paciencia de corregir casi por completo este texto.
También quiero dar las gracias a Isabel Rescalvo por cederme la fotografía.
También este escrito forma parte de los 52 retos que ha propuesto la página el blog el escritor, y cada semana proponen un tema, esta semana se tenía que escribir sobre la infancia. Mi escrito no es de la niñez, pero creo que puede servir para el próposito del reto.
Y para acabar tengo que poner la música que me acompañaba en aquellos días. Creo que el texto se lee mejor con esta música de fondo.
También quiero dar las gracias a Isabel Rescalvo por cederme la fotografía.
También este escrito forma parte de los 52 retos que ha propuesto la página el blog el escritor, y cada semana proponen un tema, esta semana se tenía que escribir sobre la infancia. Mi escrito no es de la niñez, pero creo que puede servir para el próposito del reto.
Y para acabar tengo que poner la música que me acompañaba en aquellos días. Creo que el texto se lee mejor con esta música de fondo.
Mi enhorabuena preciosa mujer, un abrazo muy fuerte!!
ResponderEliminarGracias Ángeles.
Eliminar¡¡Pero qué bonito!! ¡¡Imposible describir mejor esas sensaciones!! ¡¡Cuántos recuerdos y secretos esconden esas escaleras!! Tardes de frío y noches de verano han vivido generaciones enteras sus primeros amores, amigos, juegos, risas...imposible de olvidar.
ResponderEliminarNada más que me pusiste el enlace vine a ver tu escrito y me encantó, pero como lo vi desde el móvil y fuera de casa he esperado a leerlo más tranquilamente hoy desde el ordenador, pues he estado desde el viernes por la tarde fuera de casa por trabajo. Y me ha gustado más aún si cabe al releerlo de nuevo. ¡¡Felicidades!!
Siento lo de tu mamá, la mía, por desgracia falleció hace cuatro años por esa gran lacra que tenemos, el cáncer. Me hubiera gustado ver como su alma se marchaba por la ventana, pero no fue así, simplemente se apagó, se quedó en un trocito de sus cinco hijos y no hay día que no la siga recordando. Es la vida, ya lo sé, pero qué difícil es.
Muchísimas gracias por el enlace que has hecho a mi blog. Por cierto, tengo también en mi blog una foto antigua que encontré en internet de todos los niños que había en la época en el colegio, no sé si estás tú o conoces a alguien, pues es mucho anterior a mi época. La foto era de una página de Contreras que ya no existe y no sé quién la colgó. Te paso el enlace para que la veas: http://cakesparati.blogspot.com.es/2014/04/olla-de-pollo-y-langostinos.html
¡¡Gracias por este maravilloso relato!!
Gracias Isabel, me alegra mucho que te identifiques con lo que se cuenta, al final lo que intento es unir recuerdos personales con vivencias del resto de personas que vivieron allí en distintos momentos. La verad es que me gusta pensar que lo consigo, por los comentarios que recibo. Un beso, y qué menos que citar tu blog ya que de él he tomado la fotografía.
ResponderEliminarConozco la página con fotos antiguas. Gracias. Nos seguimos viendo junto al río de nuestra infancia.
Gracias por tu comentario. Un abrazo.
Muy bonito, Luz, siempre me ha gustado lo que escribes.
ResponderEliminarManuel Hualde
Gracias Manuel.
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