Ayer por la noche estuve en el tanatorio, acompañando a la familia de
una amiga. Su hija, de cuarenta y cinco años, fallecía de cáncer tras
una agonía de dos años. Antes de llegar al tanatorio, se veía un
luminoso con letras rojas anunciando el teléfono y que estaba abierto
durante veinticuatro horas, pensé que era chocante que este negocio se
anunciase con luces de neón, pero, llegando a la puerta del tanatorio,
me di cuenta de que el letrero pertenecía a una compañía de seguros, y
que el tanatorio tenia una puerta muy discreta.
Nada mas entrar, el
olor del ambientador me hizo pensar que me había equivocado de sitio, en
realidad parecía un hotel de la costa cuando vas a principio de
temporada. La realidad real es que el número de estrellas de los hoteles
está en relación directa al ambientador que usan. Alguien pensará que
también se distinguen por el mármol de la entrada y por los canales de
películas para adultos que ofrecen en la habitación, pero esos detalles son engañosos,
más canales de porno no quiere decir que la distribuidora de la
industria cinematográfica esté proporcionando a los dueños del hotel, y
por ende a los clientes, las películas de más calidad, por lo tanto es
una señal engañosa, igual que las apariencias del mármol y las flores de
la entrada. En resumen, lo que realmente distingue a un hotel de una
cadena cara, de un hotel de una cadena barata, es el ambientador que
usan.
Cuando estaba pensando en el olor de ambientador, sin haber
cerrado la puerta del tanatorio todavía, me di cuenta de que, a la
derecha del hall, había una máquina expendedora de refrescos, zumos,
aguas minerales y barritas de chocolate, no había cerveza, en un
tanatorio no se bebe alcohol. Me tranquilizó lo de la cerveza, porque si
hubiese alcohol podría pensar que estoy en un prostíbulo, con luces de
neón, ambientador barato y recepcionistas solícitos, pero no encontrar
botes de cerveza me hizo ubicarme adecuadamente.
Mientras andaba por
el pasillo, hasta llegar a la sala de la familia a la que iba a visitar,
me di cuenta de que la muerte, antes, en otro tiempo, olía de otra
manera. Había alcohol en los velatorios y rosquillos dulces con unas
copitas de anís para las señoras, y de coñac para los caballeros, pero
en los tanatorios de ahora hay zumos embotellados y barritas energéticas
de chocolate. En los velatorios de antes, la calidad de los dulces y
los licores te ubicaban en la clase social de la familia de la persona
fallecida. Y el olor de la agonía se envolvía con esencias de lavanda y
romero.
Mientras besaba a la madre recordé que los locales de
comidas, librerías y restaurantes, (todo en el mismo espacio), también
huelen a ambientador barato, y también tienen máquinas expendedoras de
refrescos.
La madre me abrazaba y me decía: “Ea, ha sido lo que Dios quiere”,
y yo pensaba en ese afán de banalizarlo todo que tenemos ahora. Hemos
conseguido que los locales de los muertos, los del sexo pagado y los de
comida y ocio huelan igual. La otra hija me besaba también, y yo me daba
cuenta de que antes de globalizar hay que estandarizar, y nada mejor
que banalizarlo todo, envolviendo la intimidad con olores similares,
acompañados de refrescos, zumos y barritas de chocolate.
Me senté y
me contaban los detalles de la muerte, y yo me imaginaba como los
ambientadores baratos han conseguido poner en una sola salsa la muerte,
el sexo, la comida y el ocio.
“Entró en coma el lunes y date cuenta”. La miraba prestando atención, mientras imaginaba mi propia muerte. Tengo claro cómo me quiero morir.
Me
quiero morir de un infarto de miocardio, en un bar popular de Madrid,
comiéndome una ración de albóndigas de la casa, mientras una prostituta,
repartiendo feromonas de humedad, se trajina a un cliente, con
feromonas de dinero y algún fluido, en la barra; y desde la cocina saliendo
el olor a frituras de pescado. Así me quiero morir, con todos los olores
de la vida mezclados en un solo local, y no con el mismo olor repartido
por locales estancos. La vida, la muerte, el sexo y el ocio quiero que
mezclen sus olores y no los enmascaren para banalizar lo mas íntimo.
“Sí, Rosario, ha sido muy duro, ahora está tranquila”, le decía a la madre mientras mi cabeza pensaba:
“Camarero, por favor, ración doble de albóndigas pero sin salsa”.
No tengo ganas de quitar gerundios, ya los quitaré mañana.
ResponderEliminarNo los quites, está bien así.
ResponderEliminarOdio los ambientadores y no distingo los caros de los baratos. Los tanatorios son así, nos ofreces una buena pintura. La muerte con desodorante íntimo.
Un abrazo, Mari Luz.
La muerte desodorizada, terminaremos nuestros días con el perfume de la última famosa del momento. Mucha paciencia. Gracias por tu comentario
EliminarEl giro final me ha gustado mucho.
ResponderEliminarNunca había observado eso fe los perfumes ambientadores, siempre había olido flores ( en los cristianos) a veces hasta la nausea por la exesiva concentración e incienso en los judíos, a los cuales generalmente no se llevan flores.
Besos
Pd- yo también tdngo claro, clarísimo como quiero morir :-)
Me alegro de que te guste. Antes en los velatorios, que es como se llamaba la noche que se pasaba con la familia y el difunto, se servían copitas de licores. Distintos licores para los caballeros y las señoras. También se servían y ofrecían a los visitantes dulces típicos de la zona, si eras de familia rica los dulces llevaban más huevos, azucar y aceite, y si eras de familia pobre, tus dulces eran con harina, agua y algo de sabor y al horno.
ResponderEliminarSe hablaba toda la noche, y mientras las señoras más devotas lloraban y rezaban, la gente joven iba a lo suyo, y los hombres se juntaban en corrillos y hasta se mezclaban los de distinta pocición social. Un velatorio era un lugar para observar, un sitio ideal para un antropólogo. Ahora no, todo es igual en cualquier parte.
Me alegro de que te gusten los bares castizos de Madrid, juas. Un abazo.
Pues lo tengo claro, en mi velatorio los dulces serán de harina, agua y al horno, ja, ja, venga y con sabor a canela, de pobre de hoy en día. Bueno, los americanos parecen que se juntan en los velatorios a comer, por lo menos es lo que se refleja en las películas, todos vestidos de negro riguroso y cada uno con un plato comiendo algo, como si de un buffet libre se tratara. No sé, los aromas y las comidas, siempre nos acompañan en todas nuestras fases de la vida, hasta en la de la muerte. Besitos. Por cierto, a mi no me sobran los gerundios, ja, ja.
ResponderEliminarGracias Isabel por pasarte por mi blog. Veo que tienes fecha del 19 de julio, pero me ha llegado el correo con el aviso del comentario ayer. En fin.
ResponderEliminarMe alegra de que te apuntes a las rosquillas de anís, porque lo de la canela no excluye al anís. Besotes. Estuve en Contreras el sábado.