Las montañas azules, que forman una concha cóncava para abrazar el río, están
formadas por hileras de piedras que salen de la montaña como cuchillos, de
hecho, así fueron llamados durante mucho tiempo. Luego tuvieron otro nombre, y
luego otro.
Hay un camino blanco, cóncavo, que deja el río al
lado izquierdo, y a la derecha la concha de la montaña: es el que más nos hizo
soñar con las aventuras de Salgari y recogernos sobre nosotros mismos. Ese
camino blanco nos decía, cada vez que lo recorríamos, lo jodidamente iguales
que éramos a todo lo que nos rodeaba, y siendo tan iguales al rio, a la
montaña, a los pinos y a los insectos, aquel silencio, roto por el murmullo del
río, también nos contaba que éramos especiales de una manera soberbia,
majestuosa, milagrosa, y casi sentíamos todos los recuerdos, escondidos en
aquellos laberintos de piedra, al mecernos en la memoria de los otros que pasaron
antes por allí. Los pinos siempre guardaban entre sus ramas viejas historias
para nosotros, recuerdos que, gracias a nuestros paseos, no fueron olvidados,
trazos de sueños que nosotros recogíamos
con nuestras sonrisas cómplices, porque si algo era fijo en aquellos paseos
interminables, eran nuestras sonrisas y nuestro silencio. Tienes que ser niño para comprender el privilegio
que supone ser testigo del gran misterio, por eso, los que paseábamos por aquel
lugar, al encontrarnos pasados cincuenta años, nos reconocemos en la
complicidad de los recuerdos y las memorias de otros, que compartimos gracias a
la naturaleza. Por eso, ahora cuando nos volvemos a ver, se nos instala en la cara una sonrisa perenne
y el alma se nos ensancha, y, así, podemos mecernos en la paz de los encuentros junto al pino grande que cuidaba nuestra infancia.
Una falta de delicadeza, por parte de las escasas
autoridades de aquella zona, es la ausencia de jacarandas. Un error que,
pasados los años, alcanza mayor gravedad, porque tengo que recordar aquellas
primaveras sin todo el esplendor del color malva al atardecer. Supongo que
ahora, cuando alguien pasee por los mismos pasos míos, notará la ausencia de
jacarandas, preguntará por ellas sin saber porqué viene a su mente el recuerdo
de esos árboles, y no sé si habrá algún espíritu sabio a su lado que se lo pueda
explicar. Un fallo, sí, un error las primaveras sin jacaranda.
La primera fotografía la hice ayer por la mañana, y la verdad es que me hace ilusión poner alguna fotografía mía.
La segunda es de Carlos platero.
Preciosa fotografía y excelente texto. Un abrazo
ResponderEliminarGracias Ángeles.
ResponderEliminarHola Mari Luz! ! He tenido que buscar qué eran las jacarandas pues no tenía ni idea y me he quedado de piedra cuando he visto en google las imágenes. Yo ya no tuve el placer de ver esos árboles. No me puedo imaginar la belleza de los cuchillos ya de por si bellos con semejantes preciosidad de árboles en su pleno apogeo.
ResponderEliminarY es que me ha llamado la atención porque estos árboles recién los acabo de descubrir aquí donde vivo ahora y me llamaron tanto la atención que un día paré el coche adrede para cortar unas pocas de sus flores y hacer una receta donde se lucieran bien para mi blog. Me enamoraron de lleno. Y ahora tú me cuentas que en los cuchillos existían estos maravillosos árboles. Qué pena que haga tanto tiempo que no estén, me hubiera encantado verlo alguna vez así. Gracias por descubrirme algo nuevo. Besitos.
No, lo de las jacarandas tiene otra explicación. Un día cotilleaba por la red y buscaba fotografías de los cuchillos y encontré una fotografía muy buena de Mirasol. Tenía el comentario de alguien de Argentina y comentaba que su abuela vivía en Mirasol en 1926 y emigró. No pude evitar pensar en estos árboles porque en su primavera (nuestro otoño) la jacaranda llena de color la ciudad de Buenos Aires y de esa asociciación viene la idea de plantar esos árboles, aunque es una idea descabellada porque no son flora autóctona, pero esto es todo imaginación con algunas piedras de verdad, algo de agua de verdad y mucha infancia en la memoria. Besos.
ResponderEliminar¡Un texto entrañable de la a a zeta!,
ResponderEliminarlleno de reminiscencias, ternura y compenetración
-unidad- con la Naturaleza, con el Todo.
La referencia a Emilio Salgari, aporta
magia al texto, al lugar, a mi.
Gracias, María Luz por esta caricia para
el alma, al iniciar el día.
Me alegro infinitamente de haber llegado hasta tu rincón.
Besos
Muchas gracias Myriam. La verdad es que fuimos afortunados todos los que pudimos compartir ese tiempo y ese lugar. Este sábado pasado hemos quedado después de muchos años, cuarenta, cincuenta, y cuando nos volvemos a ver parece que de nuevo tenemos ocho años.
ResponderEliminarLa naturaleza es nuestra compañera de vida.Todos amamos la naturaleza, porque nuestra infancia está marcada por un entorno especial.
Gracias por tus palabras. Besos.