domingo, 31 de enero de 2016

Cuarta semana

Algo de primavera



Esta mañana he ido a correos para recoger un paquete de mi hermano. El calendario marca once de abril y, curiosamente, mi tiempo interno coincide con el externo. Digo curiosamente porque no es lo habitual en mí, pero de mis coincidencias temporales hablaré otro día.
Esta mañana de abril, mientras paseaba por la avenida camino de la oficina de correos, me he dado cuenta de que los árboles ya tienen brotes verdes. Hay una queja generalizada: las autoridades este año no los han podado. Los árboles, ajenos a las obligaciones políticas, florecen a su ritmo. No están inscritos en el censo electoral, y como los del censo pasan de ellos, pues los árboles pasan de los políticos, y a lo suyo, a florecer en abril, que para eso es primavera.
Mis pies me han llevado de manera autónoma a la oficina de correos y así mi mente ha seguido con sus cosas: contar baldosas y observar los brotes verdes de los plátanos de sombra.
Allí, en el mostrador de la oficina estaba Carlos, para algunos, simplemente una persona dicharachera, pero para mí es algo más.
Me he colocado la última en la cola de entregas y, mientras esperaba, me he fijado en las personas que estaban delante de mí: una mujer de mediana edad, acompañada por su hija. Las dos iban vestidas con la ropa humilde del mercadillo, una ropa inconfundible, que delata su estatus social y, por si la ropa llevaba a confusión, cuando Carlos les ha preguntado amablemente, qué querían, las dudas se han disipado:

— Vengo a mandar dinero a mi hijo, que está en esta cárcel, pero no sé escribir y a ver si usted me ayuda.
La hija, cogida hasta ese momento con fuerza del brazo de su madre, se ha soltado, y a punto ha estado de caerse sobre sus zapatos de plataforma alta.
Carlos, con la mejor de sus sonrisas, le ha dicho:
— Muéstreme la dirección, y verá como lo arreglamos para que su hijo esté contento.
La mujer iba a contestar, cuando Carlos ya le estaba rellenando los datos y le dice:
— Seguro que lleva una foto de su hijo en la cartera, enséñemela, debe ser  tan guapo como usted y  su hija
La muchacha, recuperaba el color poco a poco, y la madre rebuscaba con afán en la cartera y, cuando de nuevo le iba a dar datos del hijo, Carlos le interrumpía:
— Hay unas playas preciosas en Santander, firme aquí.
Las otras personas se impacientaban, pero yo acompañaba a Carlos con una sonrisa de complicidad.
La mayoría de los presentes cree que Carlos trabaja de cartero para cotizar en la seguridad social, pero él sabe, y yo también, que trabaja como provocador de sonrisas y cotiza en el mundo de las personas solas, en el que la dulzura y la comprensión, son una buena base reguladora para tener una jubilación plena.
Carlos continuaba con el resto de clientes, y al llegar mi turno, se cambió de zona para atenderme, y sin pedirme el D.N.I, me entregó el paquete de mi hermano.
— Hace buen tiempo, me dijo.
— Sí Carlos, hoy es una buena mañana de primavera, le respondí.
Al salir, en la avenida, llegué al paso de las dos mujeres, comentaban lo ocurrido, y yo las adelanté, porque tenía que seguir con mi obligación: contar las baldosas del suelo.

Suerte y que los dioses os sean propicios



Por cierto, Carlos hablaba de las playas de Santander al pensar en la cárcel de Santoña.
La primera vez que vi la playa y la cárcel, tuve un pensamiento curioso, pensé, si algún día tienes que estar preso mejor en una celda desde la que se vea el mar. Pero, inmediatamente, pensé lo contrario: ver el mar todos los días desde una reja, debe hacerte añorar más la libertad.
Quizá en el relato anterior, cambié de provincia, y hablé de los trigales de la meseta. El problema es que los trigales de la meseta, en primavera, ondean como un mar y, aunque parezca mentira, el paisaje sobrio cala más lentamente y, cuando pasa el tiempo, la memoria, (esa amiga tan extrañamente selectiva), recuerda paisajes que en un principio nos parecieron demasiado sobrios, a aquellos que estamos acostumbrados a las montañas, los pinos y el mar.
No creí nunca que elegir una cárcel imaginaria, supusiera tanto quebradero de cabeza.

domingo, 24 de enero de 2016

Tercera semana



 

Estoy de pie en mi cocina y miro de frente el fogón en el que están las tortitas de arroz, parece que sacian bastante y cada tortita solo tiene 52 calorías. La verdad es que no soporto engañarme a mí misma, y menos a las tres de la mañana, sé que tras las tortitas me comeré unas cuantas pipas y sé… ¿ese ruido? Solo falta que vengan a atracarme y que la ansiedad me provoque más hambre, me voy a convertir en especie protegida.
Resignación, lo mío es resignación y, enarbolándola como una bandera, cojo el paquete de tortitas de arroz y comienzo a abrirlo y… ¿otro ruido? Viene de la habitación que está junto a la puerta. No voy sola, lo sabe hasta el Espíritu Santo, pero, no voy a llamar a la policía sin saber lo que pasa. Cogeré una sartén y con ella me podré defender y así, protegida por el acero y el teflón, me encamino por el pasillo y llego hasta la puerta de entrada. No hay signos de que haya ocurrido algo anormal. Es el hambre, tengo tanta hambre que así me veo, con una sartén junto a la puerta y una tortita en el bolsillo de la bata. Se acabó, vuelvo a la cocina y voy a comer lo que me apetezca y así no tendré delirios ni alucinaciones, y si tengo que perder peso que sea con ejercicio.
Dejo la sartén en la mesa y me río de mí misma, hambre pasaremos pero, al menos, con humor. Noto que soplan mi nuca y un escalofrío recorre mi espalda, me arrepiento de no tener la sartén en la mano y no soy capaz de girarme, estoy petrificada, no sé qué hacer. De alguna manera tengo el valor de darme la vuelta y, no hay nadie ni nada, pero veo que han dejado tortitas en el suelo hasta la puerta de entrada, las sigo, al llegar, han pegado un cartel: “no te mueras de miedo, los fantasmas también tenemos sobrepeso”.




Esta semana tenía que escribir un relato en el que estuviera de pie en mi cocina. No me gusta demasiado lo escrito, pero está corregido. Por otro lado, debo decir que no escribí nada en la segunda semana porque el tema no me resultaba agradable.  Otro fallo es que este escrito tendría que haberlo puesto en el blog el viernes, y no hoy domingo, pero bueno, la semana ha sido complicada.
Para la semana que viene ya tengo el escrito y me falta corregirlo, espero llegar al viernes con los deberes hechos.

jueves, 7 de enero de 2016

Primera semana



He soñado con mi madre

3 de enero de 2016-01-03 

Esta noche he vuelto a soñar con ella, es lo de siempre, está enferma, no está atendida, está sola,  llamo, no hay nadie y me despierto: siempre es igual.
El sueño de hoy transcurre en el complejo hospitalario antiguo, ese que no tiene ascensor y sí tiene arboles. Me invitan a una fiesta en una de las salas,  no lo entiendo,  no soy amiga del personal sanitario, pero todos me dicen que vaya  a divertirme. Digo que no puedo ir porque mi madre está enferma. Nadie me hace caso y al fin entro en una habitación. Allí está ella: mi madre. Con angustia, con ganas de vomitar, me acerco y  la incorporo. Llamo a una enfermera y vienen varias, y sí, está enferma, y comienzan a hacerle curas, y llora. Dicen que no tiene dolor, y llora, y  lloro. Mi madre se calma, las enfermeras se van. Viene alguien, un hombre joven al que parezco conocer pero no sé quién es. De nuevo me dice que vaya a la sala a divertirme con todos. No lo entiendo. Le digo que no puedo ir,  se va y me quedo con ella. Y lloro y  llora,  ya no sé qué hacer. De nuevo la angustia del vomito. Llamo a la enfermera y me despierto. Todo es mentira, no ha ocurrido, aunque nada es mentira todo ha sucedido pero no esta noche, no en mi casa,
No creo lo que ocurre, mi madre está muerta, ya no sufre. Tiemblo, sufro, lloro.  No me creo que todo haya acabado, y me voy al ordenador y escribo; y me calmo, y  lloro  sin desesperación; y me acuerdo de ella pero sin amargura; y escribo porque sé que este sueño volverá. Tengo que llorar mucho entre sueños porque despierta apenas lloro. Las pesadillas quitarán hierro al sufrimiento de mi madre, aunque sé que nunca perderé el rastro de su amargura y su dolor. Ahora escribo mucho de mi infancia para darme abrazos de montañas, es lo único que calma mi pena, lo demás me parecen palabras vacías.
Sí, hoy he tenido una pesadilla, y supongo que este año tendré la misma pesadilla muchas veces, es lo que hay, penas sin curar que se quedan en el fondo del cerebro y salen como y cuando pueden, quizá tenga que volver a leer a un muchacho joven que casi siempre contesta “no sé” cuando le preguntan. Así estoy yo, no sé cuando se irá esta pena, y no sé de qué manera aparecerá en mi vida, en mis sueños, en mis letras: no sé.


Me he inscrito en el reto de escribir un relato cada semana del año, y en el blog El libro del escritor han puesto esta semana como tema  escribir sobre una pesadilla.