jueves, 9 de julio de 2020

Gasolina y lavanda


Toda la vida disfrutando del aire del monte, el aire limpio que huele a agua y hierba. Toda la vida asociando recuerdos a esa mata de romero y aquel pimpollo de pino y ahora… ahora me conformo con respirar aire sin mascarilla.
Aquel camino de la infancia que llevaba desde nuestro poblado hasta una pequeña casa de labranza, cruzando una pequeña colina y un riachuelo que llegaba hasta el río grande. Cerca de aquella pequeña casa había un pino muy grande, era el producto de poner cuatro pinos juntos y con un hacha unirlos en los cortes, esta habilidad la tenía el abuelo del dueño del pequeño caserío y yo escuchaba ensimismada esta historia mientras obervaba con auténtico respeto a este gran pino.
El camino se alejaba del caserío, bordeaba este árbol tan grande y compañaba al riachuelo hata el puente colgante que cruzaba el río grande.
Ayer, cuando paseaba junto a unas fábricas en los alredodres de mi ciudad me pude quitar la mascarilla porque no había nadie, y respiré aire de gasolina y asfalto, pero me supo a gloria, no era el aire de mi casa y no era el aire filtrado de la mascarilla. Por un momento, solo por un momento, creí estar en el pequeño camino de ei infancia, aunque la imaginación no me acompañó para trasformar el olor de la gasolina quemada en aroma de lavanda. Pierdo facultades, ya no imagino de la misma manera.